lunes, 12 de enero de 2009

Malas conductas

Publicado por Escolástica (Tania Díaz Taffo) en 17:20
I

Vomitaba de pie frente al espejo como desafiándose a si misma a no hacerlo. Mientras lo hacía se insultaba y enjuagaba sus manos constantemente, pues temía ingerir hasta media caloría. Calorías que según ella permanecían en sus dedos mientras expulsaba otras tantas. Odiaba arrodillarse frente al escusado, le costaba más trabajo vomitar y terminaba agotadísima. El deshacerse de la comida era todo un ritual: se desnudaba por completa. Se soltaba el cabello, vaciaba el papelero del baño y lo ubicaba sobre el lavamanos frente al espejo. Hacía correr el agua e introducía sus dedos hasta al fondo de su garganta, sin poner atención al dolor o incluso la sangre; vomitaba hasta que cierta marca en el basurero estuviera cubierta, corría a su habitación y subía a la báscula: debía pesar por lo menos 100 gramos menos que en la mañana. Sólo de esa forma dejaría de hacerlo. Exhausta siempre quedaba abandonada en cualquier lugar o vagaba por la casa –desnuda-. A veces tomaba una naranja y se obligaba a comerla, para recuperar el potasio decía... pero el ácido le hacía llorar al atravesar su garganta. Cuando le era imposible tragarla, se preparaba un té con tres sacarinas y lo bebía mientras limpiaba el baño, el basurero y su cuerpo.
II
Vomitaba de pie frente al espejo como desafiándose a si misma a no hacerlo. Mientras lo hacía se insultaba y enjuagaba sus manos constantemente, pues temía ingerir hasta media caloría. Calorías que según ella permanecían en sus dedos mientras expulsaba otras tantas. Odiaba arrodillarse frente al escusado, le costaba más trabajo vomitar y terminaba agotadísima. El deshacerse de la comida era todo un ritual: se desnudaba por completa. Se soltaba el cabello, vaciaba el papelero del baño y lo ubicaba sobre el lavamanos frente al espejo. Hacía correr el agua e introducía sus dedos hasta al fondo de su garganta, sin poner atención al dolor o incluso la sangre; vomitaba hasta que cierta marca en el basurero estuviera cubierta, corría a su habitación y subía a la báscula: debía pesar por lo menos 100 gramos menos que en la mañana. Sólo de esa forma dejaría de hacerlo. Exhausta siempre quedaba abandonada en cualquier lugar o vagaba por la casa –desnuda-. A veces tomaba una naranja y se obligaba a comerla, para recuperar el potasio decía... pero el ácido le hacía llorar al atravesar su garganta. Cuando le era imposible tragarla, se preparaba un té con tres sacarinas y lo bebía mientras limpiaba el baño, el basurero y su cuerpo.
III
Se levantaba apenas abría los ojos y partía al baño, luego se paseaba hasta que dieran las nueve, o las diez. Se desnudaba, subía a la báscula y finalmente anotaba las cifras. Por algún extraño motivo necesitaba pesarse a una hora exacta. Pero hoy era un día distinto, no quería pesarse, hace dos días había cometido el maldito error de comerse un pan con queso y luego de eso no había podido retomar la dieta y ahora tenía dos opciones o comérselo todo o dejar de comer para siempre. Absoluta perfección o de lo contrario el caos, la grasa, el descontrol y el repudio de todos.En la cocina se preparó un té, y cortó sus tres galletas de siempre en cuatro partes cada una y las puso exactamente ordenas sobre el plato verde, redondo. Siempre lo mismo, quizá ahora sí podría tomar el control, hasta ahora su mañana iba casi igual que hace unos días a excepción de la balanza. Pero las miró y las encontró fomes, ridículas. Fue a su cuarto y se pesó: dos putos kilos más que la última meta más baja, le dio rabia, se sintió horrible, fea, deforme. Resultado: media hora más tarde estaba parada frente al espejo de siempre tratando de eliminar los tres panes con queso, jamón y abundante mantequilla de su cuerpo. No podía, sabía que era imposible sacarlo todo... que las calorías que quedarían aferradas en las paredes de su estómago serían superiores a sus tres galletas de siempre.Entonces se la pasó todo el día comiendo –y vomitando- y maldiciendo a todo el mundo a su estómago gigante, a sus pechos caídos, a su ombligo evidentemente desplazado...A la maldita certeza de no saber comer.

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